El amor después del amor (Fito Páez, 1992)
Aquella tarde
de diciembre, el inolvidable señor Smith le preguntó a Fito qué había después
del amor, y el rosarino, que tenía un humor maravilloso, le respondió todo
sonrisas: “Amor”.
Fue una
conferencia de prensa multitudinaria y a la vez íntima, en la cual Fito charló, fumó, rió y confesó algunos de sus motivos para serle siempre fiel
a Cuba: el mar, el ron, los amigos… También nos contó sobre aquel álbum que sus
amantes le debemos a la bella actriz Cecilia Roth.
“Fue una
experiencia muy inspiradora conocer a una mujer divina en un momento de mi vida
en que no la estaba pasando muy bien. No creo en las etapas: los períodos
oscuros o claros son tonterías. La vida es un rato, es compleja, y en ella la
melancolía es un sentimiento hermoso, pero solo un ratico. No creo que nadie
sea melancólico profesional”, filosofó.
Desde luego,
hay mucho de nostalgia en Fito, pero la canción que abrió su octavo álbum emana
tantas ganas de amar y vivir, que podría excitar al oído más frígido cuando
Claudia Puyo rompe con su voz de gospel desatado, a predicarnos que nadie
puede, y nadie debe, vivir, vivir sin amor.
Esta
producción, que contó además con la colaboración de Charly García y Luis
Alberto Spinetta, marcó una nueva etapa en la carrera artística de Fito Páez,
quien venía tocando ciertos temas sociales sin ser precisamente canción
protesta, sino más bien una dolorosa necesidad de gritar contra ciertas cosas
de un mundo cada vez más falto de swing, menos optimista.
Fito tenía
razones para estar irritado: todo le decepcionaba, le daba bronca, le faltaba
dinero, las cosas iban mal, y de pronto apareció Cecilia para aplacar esa furia
que asustaba incluso a sus fieles y lo hundía a él.
Sin dudas,
Cecilia fue su rayo de sol. Fito la descubrió en 1983, en “Laberinto de
pasiones”, y no sospechó que ella sería la musa del disco más vendido en la
historia del rock argentino. Nada de Calamaro, nada de Charly, nada de Gieco,
ni Bersuit, ni los Fabulosos: Fito y su amor después del amor.
Fito y Cecilia
se conocieron en persona en 1991, en Punta del Este. Ella venía por poco
tiempo, a reponerse de una hepatitis, pero coincidieron en una fiesta de
disfraces donde Fito la conquistó con una solitaria frase: “Nena ¿me servís
vino?”. Ahí comenzó un idilio que duró hasta 2002, cuando nació otro amor
después del amor, el amor de amigos. Por cierto, de ese mismo disco, a Cecilia
también le debemos Un vestido y un amor, que cantada por Ana Belén es
sencillamente mágica.
El arsenal de
clásicos de Fito es amplio: Giros, Mariposa Technicolor, Al lado del camino, Yo
vengo a ofrecer mi corazón… Ya no es el melenudo y amanerado flaco que hace
casi tres décadas se apareció en La
Habana, con tenis de diferente color, para atraparnos con sus
himnos generacionales. Pero entonces nos enseñó que nadie puede vivir sin amor,
y hemos descubierto que tal vez podamos vivir sin sus canciones. Pero no
queremos…
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