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Mostrando entradas de noviembre, 2013

Thriller (Michael Jackson, 1984)

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Con el perdón de Quincy Jones, pero si “Thriller” alcanzó la categoría de álbum de culto, no fue solo por su prodigiosa producción musical: quizás el extra que lo consagró fue una mini-película protagonizada por unos zombis bailando la coreografía más famosa de todos los tiempos. Y detrás de todo -y delante, encima y debajo- la genialidad a raudales de Michael Jackson. Aquel niño prodigio que lloraba a María con los Jackson Five ya había crecido, y se perfilaba como lo que acabó siendo, el Rey del Pop, con temas como “Can you feel it?” o “Don’t stop ‘til get enough”. Su apoteosis llegó con el disco Thriller, que se vendía como pan caliente, gracias a los videos de “Billie Jean” y un “Beat it” sazonado con la guitarra de Van Halen. Otro pudo conformarse, pero Michael quería superarse, y la escalofriante composición de Rod Temperton era perfecta para hacerlo. Aquel tema fue gestado con el nefasto título de “Starlight”, por suerte desechado por el visionario Jones al grabarlo. Te

Hey Jude (Beatles, 1968)

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Mucho demoraron los Beatles en aparecer en esta sección, porque no lograba decidir cuál de sus clásicos sería el primero en contar aquí. Al final comprendí que son tantos los hitos musicales del cuarteto de Liverpool, que cualquier tema serviría, aunque siempre habrá quien prefiera otro. Y da la casualidad de que el 26 de agosto pasado se cumplieron 45 años del lanzamiento como single de un himno de la “beatlemanía”, quizás su tema más coreado y popular, versionado como pocos y con un trasfondo muy íntimo, polisémico y confortante: Hey Jude. Con una duración de 7:11 minutos, aquel sencillo rompió con lo que se entendía como tal en el mercado discográfico, pero le allanó el camino a otros kilométricos éxitos, como el “Layla” de Eric Clapton, o el “American Pie” de Don McLean. Tan solo el "na, na, na, na" final se lleva cuatro minutos hasta irse en fade, pero en esta canción cada segundo está justificado. El coro es repetido 19 veces, y lo que comienza con un solitar

Te recuerdo, Amanda (Victor Jara, 1968)

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Una huelga de correos acentuó la desesperación de Victor Jara, a quien Londres le parecía más brumoso que nunca, porque su hija Amanda estaba enferma en Chile y él no tenía manera de saber de ella. Angustiado porque se agrandaba el océano que lo separaba de los suyos, el legendario juglar chileno escribió quizás su mayor clásico, a medio camino entre la canción de amor y el manifiesto social: “Te recuerdo, Amanda”. Ahí narra del amor de Amanda y Manuel, una pareja de obreros que apenas tiene cinco minutos para verse, absorbidos por la vorágine laboral y un sistema explotador que acabó costándole la vida al novio. El propio Jara contó que la idea le rondaba hacía un tiempo, tras conocer a una joven pareja de proletarios.  En su libro “Como una Historia”, José Manuel García abunda sobre el contexto en que nació el tema. Jara lo escribió en 1968, estando en Londres invitado por el British Council por sus logros como director teatral. Estando en Stratford-upon-Avon, en la celebrac

Oh, qué será (Chico Buarque, 1976)

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Casi 10 años demoró Doña Flor en llegar con sus dos maridos a los cines cubanos, pero valió la pena, no solo por la espectacular desnudez de Sonia Braga, sino por las tres versiones de una canción imprescindible de la música brasileña y universal: “Oh, que será”, de Chico Buarque. Quizás “La Construcción” sea su canción más genial, suerte de bossa sinfónico con guiños a Gershwin, pero el tema del filme “Doña Flor y sus dos Maridos” (Bruno Barreto, 1976) es el más conocido y versionado de este trovador nacido en 1944, uno de los artistas más influyentes de una tierra pródiga en futbolistas y músicos. Para el filme, basado en una novela de Jorge Amado, Chico compuso tres variantes de este clásico: “Abertura”, “À Flor da Terra” y “À Flor da Pele”, esta última cantada junto a Milton Nascimiento para abrir el disco “Meus caros amigos”, también de 1976. Las voces en las demás versiones son de Simone y Nara Leão. La canción habla de muchas cosas y de ninguna en específico. Es uno de

Hotel California (The Eagles, 1976)

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Quizás sus analistas más delirantes tengan razón y “Hotel California” sea realmente un himno satánico: como si hubiera pactado con Lucifer, el tema insignia de la banda estadounidense The Eagles no envejece y tiene la rara virtud de gustarle lo mismo al “friki” radical que al “fresa” cursilón. Se trata, sin dudas, de una de las canciones más polisémicas en la historia de la música popular. En materia de lecturas, está al nivel de cualquier texto sagrado, y sin dudas lo es, sobre todo para quienes asumen el rock como una religión, un estilo, una actitud ante la vida… De las más literales hasta las más alucinantes, crípticas y estrafalarias, las interpretaciones hechas al texto escrito por Don Henley a partir de los acordes de Don Felder y Glenn Frey bastarían para llenar un profuso libraco capaz de demostrar cuán enrevesada puede llegar a ser la mente humana. Desde su salida al mercado el 8 de diciembre de 1976, este improbable “single” desató un vendaval de especulaciones sobr

I Will Survive (Gloria Gaynor, 1978)

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En plena furia de la música disco, cuando reinaban los Jackson Five, las   Supremas y algunos blancos que cantaban como negros, la discográfica Motown Records decidió despedir al letrista Dino Fekaris. El hombre se sintió traicionado, y con razón. Lo echaron tras casi siete años escribiendo para la Motown hits como el festivo “I Just Want to Celebrate” de Rare Earth y otros. De repente era un escritor sin empleo, despechado y al borde de la depresión. Hasta que una noche encendió el televisor justo cuando pasaban una canción suya, y acabó brincando en su cama y proclamando: “Lo lograré, escribiré canciones. ¡Sobreviviré!”.    Así nació “I Will Survive”, intensa oda emancipadora, eufórico “yo voy a mi” escrito por Fekaris junto a Freddie Perren, una canción que se impuso ella misma a la terquedad de quienes insistieron en relegarla al Lado B del single “Substitute”, grabado por Gloria Gaynor. Aquel tema le cambió la vida a Gaynor, cuya empresa se dirigió a Perren y Fekaris busc

Nessun dorma (Puccini, 1924)

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Turandot, la ópera inconclusa de Giacomo Puccini, cierra con un aria que ha derivado clásico del bel canto, pero también del rock: “Nessun dorma” es, amén de un desafío vocal para cualquier tenor, una provocación interpretativa capaz de seducir a monstruos como el guitarrista Jeff Beck. Las versiones que de esta pieza hicieron Beck, el trompetista Chris Botti, la diva negra Aretha Franklin o la banda de heavy metal Manowar confirman lo que hace poco aseguraba el músico cubano Leo Brouwer: “entre la música clásica y el rock hay más cosas en común que diferencias”. Quizás por eso la cantaron también Klaus Meine e Ian Gillan, vocalistas de los grupos Scorpions y Deep Purple, respectivamente. Estrellas del pop de varias épocas, como la italiana Mina y la española Mónica Naranjo, también versionaron este temazo con el que nadie podría dormirse, aunque quisiera. La trama ocurre en la antigua China, donde la princesa Turandot decapita a sus pretendientes si no adivinan tres acertij

Rikki, don’t lose that number (Steely Dan, 1974)

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“¡Escribe algo de Steely Dan!”, me incordia gentilmente Sir Thomas, redentor del chaleco, jazzista de barrio rumbero que casi infarta cada vez que le confieso mis ganas de escribir primero sobre Dire Straits... La sola posibilidad de que priorice a Mark Knopfler lo horroriza, y me enumera las mil y una razones que debería tener para dedicarle un clásico a Steely Dan, la banda estadounidense de jazz-rock que la revista Rolling Stones definió como “los perfectos anti-héroes musicales de los años 70”. Por entonces cada loco tenía su tema, y el de Steely Dan eran las letras inescrutables y una búsqueda cuasi maniática de la perfección en sus grabaciones. El colmo fue el disco Gaucho, un álbum de siete canciones para el que contrataron 42 músicos de estudio y 11 ingenieros de sonido. Walter Becker y Donald Fagen formaron la banda mientras estudiaban en la neoyorquina Universidad Bard. Tomaron el nombre de un personaje de la novela El almuerzo desnudo, de William Burroughs, un autor

“Walk on the Wild Side” (Lou Reed, 1972)

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Una invitación a alocarse, despojados de todo prejuicio, es la esencia del más famoso clásico de Lou Reed, cuya muerte la pasada semana enlutó al mundo del pop-rock: “Walk on the Wild Side”, caminar por el lado salvaje de la vida, fue a la vez himno contracultural y declaración de principios. La caminata de Reed culminó el pasado 27 de octubre, sin esperanzas de recobrar una salud minada por demasiados excesos juveniles. Con el hígado transplantado y aparentando más años de los que realmente tenía, el autor de otros temas como “Heroin” y “Sweet Jane” dijo adiós a este mundo. Tipo temperamental, a veces hosco, al menos Reed fue consecuente y se fue discretamente, sin aspavientos. Sus comienzos no fueron precisamente así: cuando todos sucumbían al blues, él se inspiró en los marginales de las grandes ciudades, y así acabó en La Factoría de Andy Warhol. De hecho, le Mecenas del Arte Pop le produjo su primer disco con una agrupación efímera pero de culto, The Velvet Underground.

Crazy (Patsy Cline, 1961)

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Aunque dicen que la aborrecía con todas sus entrañas, “Crazy” es Patsy Cline, o al menos eso nos vende Jessica Lange en la película Sweet Dreams, el aclamado “biopic” de 1985 sobre la efímera estrella del country, erigida en leyenda por su trágica muerte con apenas 30 años, en 1963. Según el filme, las palabras finales de la Cline cuando la avioneta en que viajaba junto a su manager y dos músicos se estrelló en Camden, Tennessee, fueron un lánguido “Charlie…”, postrer evocación de su adorado tormento, un tipo al parecer medio energúmeno, violento, posesivo y machista. Sin embargo, se dice que fue el propio Charlie Dick quien le insistió en que grabara aquel lánguido tema compuesto por Willie Nelson, por entonces un perfecto desconocido que buscaba quién hiciera famosas sus canciones. De hecho, Nelson primero intentó venderle “Crazy” –cuyo primer título fue “Stupid”- al productor Larry Butler por apenas 10 dólares, pero fue rechazado. Pero al equipo de la cantante le interesó

Oye Como Va (Santana, 1970)

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Para los cubanos, la música del guitarrista chicano Carlos Santana es más cercana de lo que sospechen: desde hace décadas, su Incident at Neshabur es el tema de presentación y despedida del Noticiero Nacional Deportivo, y el álbum Supernatural musicaliza casi todo el telediario dominical. Sin embargo, quizás la primera canción de Santana que fue popular en Cuba fue el pegajoso Oye cómo va, la versión latin-rock de un mambo largamente acreditado al pailero boricua Tito Puente, inspirado a su vez en el Chanchullo del bajista cubano Israel “Cachao” López. “ Oye cómo va, mi ritmo… Bueno pá gozar, mulata… ”, reza el estribillo que desconcertó a un público anglosajón incapaz de entender o traducir toda la sabrosura de aquel alarde. Hubo hasta quien le hizo lecturas racistas, pero por suerte, más elocuente que el texto son las notas que puntea Santana. Incluida en el disco Abraxas (1970, el mismo que contenía la monumental Black Magic Woman), Oye cómo va catapultó al guitarrista dire