Los Músicos de Bremen (Soyuzmultfilm, 1969)

Mi hijo, no contento con alegrarme la existencia día a día, encontró otra manera de hacerme uno de los tipos más felices del mundo, pues de la sarta de animados musicales que ha visto en sus cuatro años de vida, siempre vuelve a un viejo clásico de los muñequitos rusos: Los Músicos de Bremen.
Comprendo que el instinto inicial de algún lector sea pensar “¡Qué clase de abusador es el Charly este!”, pero lo perdono. En un final, alguna que otra vez todos despotricamos de aquellos muñequitos de palo, más por fastidio que porque se lo merecieran, pues el tiempo demostró que eran clásicos.
Fíjense si lo eran, que las generaciones de cubanos que crecimos con ellos los recordamos con nostalgia. Teníamos poco, nuestro universo era ínfimo, y sin embargo tuvimos una feliz infancia de mataperreo, lecturas y poca televisión. Sí, niños de ahora y millenials, fuimos felices sin videojuegos y descalzos…
Quizás porque valoro mi educación sentimental me reconforta tanto ver a mi niño salir del letargo en que lo sumen la Vaca Lola y otros engendros, para aplaudir entusiasmado las canciones de la despreocupada “trouppé” integrada por un perro, un gato, un gallo, un trovador y un burro que remataba cada verso con un inolvidable “Yé, yé, yé, yé, yé”.
Este quinteto, más parecido a una banda de rock que a un circo ambulante, vaga de pueblo en pueblo hasta que llegan al Palacio Real, donde el Trovador y la Princesa –cosa rara- se enamoran. El Rey expulsa a los músicos, y tras una serie de escaramuzas, el predecible final feliz: la Princesa se escapa de su jaula dorada y sale a vivir la libertad con su amado y sus compadres.
Inspirada en un cuento de los Hermanos Grimm, esta joyita musical salió en 1969 de los estudios Soyuzmultfilm con el título Бременские музыканты (Bremenskiye muzykanty). Tuvo claras influencias del rock n’ roll y los aires contraculturales que batían en Occidente, desde los jeans acampanados del Trovador, hasta la minifalda rebelde de la Princesa, pasando por las greñas hippies del Burro, o las gafas intelectuales del Gallo.
Dirigido por Inessa Kovalevskaya, este musical animado fue escrito por Yuri Entin y Vasily Livanov, con música de Gennady Gladkov. Casi todas las voces corrieron a cargo del artista emérito Oleg Anofriyev, con la excepción del Burro (Anatoli Gorokhov) y la Princesa (Elmira Zherzdeva).
La animación no es particularmente sofisticada, ni tiene que serlo, porque lo que importa es la historia, y más aún, la banda sonora. Aún sin saber ni jota de ruso, uno podía figurarse la trama y disfrutarla. Es más, nos inventábamos la letra de aquellas canciones que transitaban por varios géneros, y algunas eran una gozada, como la polka de los forajidos, ideal para curdas íntimas…
Este filme pronto adquirió status de culto en el campo socialista, y el disco fue un éxito. Es que la Unión Soviética también tuvo sus estrellas del género, como Sofiya Rotaru, o Larisa Dolina y Alla Pugachova, artista cuya carrera se ha mantenido y ha vendido más de 250 millones de álbumes.
En 1973, Soyuzmultfilm estrenó Tras las huellas de los músicos de Bremen, una secuela dirigida por Vasíliy Ivánov, que en Cuba nunca pusieron, tal vez para bien, porque es un remedo infame de su predecesor.
Por lo pronto, yo gozo cuando mi hijo disfruta de los Músicos de Bremen, pues lo hace con la genuina alegría de su inocencia infantil. No como yo, que a estas alturas me pregunto por qué la jefa de los bandoleros vestía y hablaba como un hombre, pero sobre todo… ¿cuál era la obsesión del Rey con los huevos?

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